Tuesday, June 9, 2009

Los Pensamientos de Eduardo Nuñez


Admito que, hasta el día de hoy, nunca entendí por completo el fenómeno del blog.


Es más, ante la crisis, la pandemia y la tendencia de alza en los precios de los cigarrillos y la pizza (mí canasta básica), me pareció que lo último que necesitaba el mundo era otro mal informado delirante exponiendo su filosofía de vida por Internet. Vivimos en tiempos de escasez, pero lo único que sobra son las opiniones disparatadas y fotos de borrachas incautas en los innumerables blogs.


Por lo tanto, confundido por la oferta de un amigo de escribir para este blog, acudí a otro amigo que ha mantenido uno por varios años (al igual que una exclusiva relación amorosa con una tal Manuela Palma, condiciones que insiste son completamente irrelacionadas). En defensa del blog, mi amigo me hizo reflexionar sobre un nuevo y vergonzoso pasatiempos que desarrollé hace varios meses cuando me mudé al quinto piso de un antiguo edificio de San Telmo: mis vecinos.


Todo empezó por casualidad. En una noche de insomnio, acostado al lado de esa ventana que durante meses no había podido cerrar por completo, escuché una fiesta de cumpleaños en el 4a. Al ir a la cocina por un vaso de agua, percibí por las cañerías los ecos de una pelea en el 5b y, por las grietas en las paredes del viejo edificio, una reconciliación en el sexto piso. No fue intencional y hasta me sentí culpable esa primera noche, pero admito que la noche siguiente cené completamente en silencio, atendiendo el desenlace de la pelea del día anterior. Aunque nunca me han gustado las telenovelas, esto me parecía diferente.


Como notó mi amigo, lo que hacía interesantes a esos pequeños momentos no era un deseo de conocer o entender las vidas completas de mis vecinos, sino el hecho de participar en unos segundos, fragmentados y siempre al azar, de la intimidad ajena, cada uno como unas cuantas líneas de un blog.


Por ejemplo, ni conozco el apellido de la anciana que vive en el tercer piso, pero sé, gracias a los ductos de calefacción, exactamente que opina acerca de la novia de su hijo (empieza con 'p' y rima con ruta), las últimas iniciativas de la presidenta (ver comentario anterior) y su ex-esposo (hijo de mil 'ver comentarios anteriores'). Mi vecina es una mujer de pocas pero precisas palabras.


Regresando a casa, me di cuenta que todo Buenos Aires parecía proporcionar esos mismos momentos, el anonimato típico de una ciudad grande combinado con la brutal honestidad igualmente típica de los argentinos. La ciudad se mueve a 120 km/hora por la 9 de Julio, pero se detiene repentina y absolutamente durante una conversación en una esquina. Uno se pierde en las multitudes del subte pero se encuentra en el instante obligatorio de sinceridad al descubrir una mano extraña involuntariamente apretada contra su intimidad cuando las puertas se abren para admitir a 20 pasajeros más en un vagón lleno.


Esos momentos de honestidad completamente desvergonzada, producto de y respuesta colectiva de los porteños al anonimato de la megalópolis, le dan a Buenos Aires su carácter pujante y fascinante, su calidad de un enorme blog al que todos contribuyen.


Entendiendo eso, no me queda de otra que contribuir de alguna manera al fenómeno, aunque sea sólo para proclamar en el subte, "vamos todos apretados, pero dejá de tocarme las pelotas"

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