Tuesday, June 2, 2009

Vida de Porteños: Eso no es (cualquier) Vida


por Antonia Cossio.

Éste es el primero de los pequeños secretos, leyendas urbanas y las verdades del fantasma de un cronista meditabundo y aburrido que deambula todavía por las callecitas y los bulevares de la ciudad.

Puerto acaparador y capital federal del país, Buenos Aires es dueña de un folklore propio, con trovadores y artistas que aman su ciudad, con todo y la humedad, la roña del riachuelo o los embotellamientos en “la city”, el centro financiero.

El gentilicio de Buenos Aires no es bonaerense, ya que éste término corresponde a los habitantes de la provincia que lleva el mismo nombre. El nombre correcto para un habitante de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es “porteño”.

A veces pareciera que el porteño habla su propio idioma. Como ayuda para el extranjero, el escritor y periodista Roberto Arlt se tomó el trabajo de descifrar el código propio de Buenos Aires: el lunfardo.

Hijo de un prusiano y una italiana llegados a fines del siglo XIX, Arlt emprendió un camino desde el barrio donde nació, llamado Flores, hasta llegar a conocer toda la ciudad. Las anécdotas de ese transitar meditabundo quedaron plasmadas en sus libros “Aguafuertes porteñas”.

En una de esas aguafuertes, Arlt ensalza con esmero “el benemérito ‘fiacún’”, el término que todo porteño tuerce y destuerce para decir “tengo fiaca” (o sea, “no tengo ganas de realizar tarea alguna”), o “hacer fiaca” (o sea, echarse a descansar y a ver pasar el tiempo muerto).

Arlt explica concienzudamente que la “fiaca” es un término del dialecto de la ciudad italiana de Génova. En realidad, la fiaca es “el desgano físico originado por la falta de alimentación momentánea”, o sea, estar demasiado débil por el hambre como para trabajar y ganarse el pan.

Inicialmente empleado por los inmigrantes genoveses del barrio de La Boca (donde se encuentra Caminito). La mayoría de estos inmigrantes, explica Arlt, eran panaderos y la palabra “cruzó la tierra nativa, es decir, La Boca y fue desparramándose con los repartos por todos los barrios”, según su aguafuerte.

El cronista explica que no es lo mismo ser un “fiacún” (sufrir la fiaca), que elegir no trabajar (hacer fiaca) o no querer hacer algo, (que es tener fiaca o pereza). Así, uno puede notar que no es lo mismo “ser fiaca, o fiacún” que “ser vago”, o sea, un perezoso.

Por decisión del autor, algunas palabras quedaron afuera de la breve aguardiente. Por ejemplo, la palabra “chamuyar”, que significa “hacer el cuento”, o confundir con el discurso cuando no se tiene algo (bueno ni malo) para decir.

Cuidado de no confundir con un “bolazo”, ya que eso sería un chamuyo evidentemente débil, falaz y poco creíble, un “cuento del tío” (una mentira) que “se cae de maduro” (es obvio) que no es honesto.

Puede que el porteño sea visto por el resto de los argentinos como un “bicho raro”, un ser particular, orgulloso, altanero y neurótico. Tienen razón, pero no es más particular que un habitante renueva York, Londres o Roma, aunque sumido en el fin del mundo.

El resto es folklore local. Colores que pintan las calles de Buenos Aires, que tiñen las banderas en la cancha de fútbol y que decoran los paredones de los potreros, los terrenos en desuso donde los pibes, los chicos, se juntan a jugar a la pelota.

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